Transgénicos
Transgénicos: con Franco libaban mejor o los chicles de Einstein
Tiempo ha
pasado desde mi última entrada en la que precisamente comentaba y
cuestionaba las razones del desaparecimiento de los enjambres de
nuestras colmenas sin causa aparente que lo justificara y sin hallar
por ningún lado, ni arma del delito, ni cadáveres, acaso
escayolados, duros o quizás blandos y malolientes cuerpos yacentes,
de nuestras queridas socias.
El pasado
día 3 de septiembre de madrugada, procedente de Bilbao (España),
aterrizaba en Brasil, en el aeropuerto Brigadeiro Lysias Rodrigues de
Palmas, Tocantins.
Durante los
2 meses de descanso en Polientes-Valderredible (Cantabria), España,
he tenido tiempo de visitar y recorrer en bicicleta algunos de los
parajes y paisajes que hace unos pocos años mantenían alimentados y
surtidos los enjambres de mi apiario. Del mio y las otras decenas de
colmenares que se divisaban o adivinaban por doquier.
En más de
una ocasión en mis años mozos, durante alguna excursión por los
montes del cántabro valle del Ebro apareciendo tras el tupido velo
de los matorrales de escobas, debí retroceder sobre mis pasos para
no plantarme en medio de un colmenar y sufrir la aguijoneada ira de
sus guardianas .
Pero
aquellos eran otros tiempos, que decían mis abuelos y seguro que los
tuyos también.
Me refiero
a los años de la dictadura franquista, cita obligada por la acotación meridiana
que hace del tiempo en el que lo rústico y rural, además de rancio,
campaba a sus anchas por los campos y ciudades españoles, que no sólo
los estadios de fútbol.
En aquella
lejana y triste etapa de la historia de España, nuestros campos,
ríos, montañas, sembrados, fauna, y etc., etc., etc., existían y nos
hacían vivir naturalmente, rústicos y, sobre todo en los periodos
vacacionales, cuando regresábamos al pueblo de vacaciones, rurales,
muy rurales.
La leche
salía de la teta de vaca, no del brick, yo me ocupaba de ir con la
cantimplora a por ella, y bien de mañana 1 centímetro de amarillenta nata reposaba sobre su superficie.
¡Qué rebanadas de pan de hogaza cubiertas nata y
miel me preparaba la abuela María!.
En aquellos
tiempos, recuerdo como, sin remilgos, mientras atravesábamos los trigales al regresar de bañarnos en el río Ebro, arrancábamos las
espigas de trigo para hacer chicles con sus granos. En el patatal despistábamos
algunas patatas de sus tierras para hacernos unas tortillas o birlábamos algunas manzanas de los árboles.
¡Qué
tiempos!
Todo era
natural, las frutas, sobre todo las manzanas, venían con sus
gusanos, los armarios de vez en cuando cobijaban alguna polillas,
también las carcomas corrían por los muebles, los campos se
abonaban con boñigas -me consta que esta práctica se sigue
manteniendo- aunque ahora además se rocían con productos químicos
(transgénicos) que ya sabemos los efectos que producen en las aguas y el
ecosistema en general, incluidas en nuestras queridas y necesarias
abejas-.
Pero esos
tiempos, si no cambian las cosas y el hombre se hace más responsable
con su manera de entender la existencia, quedan para el recuerdo. A ver quién es el
valiente que en la actualidad se arriesga a meterse en la boca nada
de lo que produce la tierra sin antes frotarlo con ajax. Lo mismo ocurre con los animales y sus
productos.
Las abejas
desaparecen y ya sabemos el porqué.
Recapitulando
sobre todo lo escrito, podríamos trasladar el ejemplo de las abejas
a nosotros como especie, los seres humanos, e imaginarnos que si habitualmente nuestros hijos hiciesen chicles con los granos de
trigo, por poner un ejemplo bastante pueril, y esta actividad la
hicieran día tras día, hora tras hora, flor tras flor, miles de veces, tantas como flores o granos existen en los campos,
seguramente estaríamos hablando del fin de la humanidad, un fin tan
seguro como es que si las abejas siguen desapareciendo por arte de la magia de los transgénicos, se cumplirá la profecía que en su día hizo Albert Einstein.
Ahora, como he señalado anteriormente, vivo en Brasil y la apicultura no existe tal y como la practicamos en España. Existe una actividad parecida que también interacciona con las abejas pero que se basa en manejar y gestionar los enjambres en sus colmenas para extraer la enorme cosecha de miel varias veces al año. Esa es la experiencia que yo he vivido en Palmas, Tocantins, en donde las colmenas apenas se tocan hasta que la cosecha está preparada y lista para catar.
Esta experiencia me ocurrió cuando fui invitado a visitar el asentamiento de Apicultores de Taquaruçu para conocer el lugar y dar un pequeño discurso sobre la importancia de la apicultura y su importancia como preservadora del medio ambiente y en último término de la vida en la tierra.
Lo primero que me llamó la atención fue el lugar y la disposición de las colmenas que se encontraban situadas bastante lejanas unas de otras. También eran curiosos los ahumadores que portaban los apicultores y que tenían un tamaño que obligaba a usar las dos manos para manejarlo, parecían ahumadores para enjambres de abejas del tamaño de una perdiz, haciendo que fuera imprescindible la participación de 2 personas para llevar a cabo cualquier operación, uno ahumaba mientras el otro operaba, que por otro lado se podían resumir en quitar las hierbas que rodeaban las colmenas y continuamente crecían amenazando con cubrir las piqueras.
Abrí alguna de las colmenas y el estado de los cuadros y la cera era perfecto. Hice una revisión rápida y me percaté que las abejas se movían sobre los lomos de los cuadros rápidamente, a mi lado estaba el compañero del ahumador accionando el fuelle rítmicamente, proveyendo alguna nefasta reacción. Finalmente todo discurrió como estaba previsto, sin ningún percance que lamentar. Para mi gusto fueron unos enjambres de abejas africanizadas bastante europeizadas, nada que ver con lo que cuenta la mitología popular y aparece con frecuencia en los periódicos brasileños. Aunque se mostraron muy nerviosas y rápidas cuando abrí las colmenas, no presentaron ningún problema ni reacción agresiva cuando revisaba los cuadros.
Estoy por asegurar que el problema de agresividad de las abejas africanizadas, además de poseer la genética de la apis mellífera scutellata que las hace ser más defensivas, estriba en el hecho de que no se las maneja con los cuidados propios de un apicultor, de hecho el trato que reciben es más de parte de abejeros. Es decir, que si tratas bruscamente a una vaca posiblemente lo único que recibas sean patadas. Aunque claro, que también por muchas monerías que le hagas a un tigre nunca se comportará como un gato.
De hecho es esa rumorología, junto con el clima tropical tórrido y la falta de una infraestructura rural adecuada, además de leyes agrícolas y apícolas que definan las instalaciones de colmenares, delimitando las distancias, el número de colmenas, etc., etc., quién frena a la hora de instalar un apiario.
Así que como apicultor que soy necesito y quiero transmitir mis conocimientos a cualquier persona que los precise.